El contagio emocional es un hecho científicamente probado.
Quizá no podamos verlo a simple vista, pero las emociones saltan de una mente a otras, como mini canguros, en una especie de baile invisible, irradiado mucho más eficazmente que las ideas.
Últimamente le sucede a un chico, que bosteza demasiado y, aunque demasiado no creo que signifique suficiente, está convencido que tampoco es sueño. Quizás, lo único que vigila por el retrovisor es cómo se despereza etérnamente y, al visualizarlo, se autocontagia. O puede que se sorprenda inventando excusas para la rojez de sus ojos y su cuerpo expulse, con bostezos, la culpabilidad de las heridas suficientemente abiertas. Demasiado tarde.
Y confía en que controla su cuerpo, sin darse por vencido demasiado pronto. Demasiado fácil. Aún así hay mil cosas que escapan a su control; su temperatura corporal fluctua, su vello se eriza y su corazón palpita a un ritmo caprichoso y, aunque esté convencido que no necesita del aire para respirar ni del amor para vivir, sus costillas danzan y al final se resigna a bostezar y a entender que, a pesar de todo, él también necesita estar triste de vez en cuando. Y dejar de bailar. Y mirar el ruido. Sin prisa.
Sabe que los bostezos se contagian igual de rápido que la tristeza y la fecilidad, pero hay cosas que no se pueden evitar, así que sólo queda seguir fingiendo que se es felíz. Y bostezar. Y contagiar.
Guillemots siempre me contagia…let’s not wait.
miércoles, enero 12, 2011
Siamo contagiosi
sábado, abril 10, 2010
Inerzia
Podría comenzar esta entrada contando algo que me ha pasado en todo este tiempo, pero resulta que llevo 2 meses sin escribir una palabra y parecería un poco brusco. Escribiré por inercia.
La inercia es esa propiedad de resistirse al cambio de movimiento.
Últimamente me han preguntado bastante si he abandonado el blog, y a algunos les dije que es culpa del facebook, del proyecto, del erasmus, de que mi mente no está lo suficientemente clara para expresar en palabras lo que pienso y siento, de que no tengo tiempo, o de que lo tengo y lo empleo en otras cosas, pero mi vida no está abandonada, como no lo está tampoco el blog. Tan solo he descansado de leer, de pensar y de esperar. Y es que hay cosas que suceden por inercia.
Hoy desperté cansado, cansado de dormir esperando una llamada de Morfeo, me he levantado, he puesto música y me he vuelto a la cama. Cada canción sonaba a un trozo de mi vida y, cansado de que me comparen con electrodomésticos que proporcionan frío polar toda una vida, he llorado sin lágrimas y cerrado los ojos para poner imágenes bonitas, y tristes, de estos últimos años mientras me dejaba llevar por mi banda sonora personal. Y sé que no es real, que no hablan de mi, pero aún así he canturreado mi vida por inercia.
Decidí descansar de leer, porque el mundo que veo tras las páginas de un libro siempre puede esperar a que redescubra el de verdad. Descanso de pensar en qué será mi vida después del verano, dónde estaré dentro de un año o en como pedir perdón por las idioteces que hago, porque la vida es mucho más sencilla si no la pensamos y al final lo mejor es escudarte en la inercia y dejarte llevar.Y descanso de esperar el sueño, una solución, que me quieras sin miedo, la salida correcta, un amor como en las películas y un final de lost que me sorprenda, porque si no llega nunca, no existe, no es posible, no la hay, es ficticio o después de tanto tiempo cualquier final es bueno,entonces no merece la pena perder más el tiempo en esperar algo que llegará solo.
Siempre he creído en el destino, tal vez porque es más sencillo pensar que las cosas no suceden al azar...o porque es más bonito imaginar que estoy aquí, en este lugar, en este instante, ahora, coincidiendo por algún motivo. Y a lo mejor es hora de madurar de una puta vez o a lo mejor ocurre de todas formas, nos guste o no, todo es inercia.
sábado, enero 16, 2010
Gennaio in spiaggia
Hace poco leí o escuché en algún sitio, que cuando tenemos que tomar una decisión, sobre todo una decisión importante, de esas que te cambian la vida, el cerebro decide en un lapso de tiempo que varía entre los 2 y 3 segundos como máximo. El resto de los minutos, horas o los días que pasamos pensando la decisión correcta a tomar, son solamente tentativos, más o menos malos, para justificar la decisión que hemos tomado ya.
Al principio no me pareció verdad, pero después de pensarlo uno, dos o incluso tres segundos, me di cuenta de que si lo era. Y es que es el cerebro, esa especie de masa pensante que llevamos dentro, quien controla sin darnos cuenta cada decisión, cada instante, cada necesidad. Nos dice lo que deseamos aunque no queramos oírlo y nos insiste hasta hacer que no escuchemos otra cosa al cerrar los ojos.
Últimamente me pasa que me evado antes de soñar, y me pongo a pensar en todas las cosas que quiero, dónde me gustaría estar y que desearía hacer, y no soy yo quien decide, que en realidad necesito sentir el sol en la cara y la piel tirante por la sal, que necesito que ese niño que corre tras la pelota me llene la toalla de arena y mirar envidiando esa pareja acaramelada de la toalla de al lado. Necesito que el agua venga y se lleve la arena bajo mis pies mientras yo como fruta fresca, o leo aprovechando los últimos rayos de sol de la tarde que se sienten tan naranjas y consiguen hacerme quedar un rato más. Quiero despertarme temprano sin tener que pensar en otra cosa que comprar el pan para hacer unos bocatas, y acostarme tarde, esperando ver desde una terraza como suenan las olas contra las rocas.
Quiero que cada concha que encuentren los dedos de mis pies sea increíblemente bonita, a pesar de ser de mejillón, y creer que cada cosa que me roza bajo el agua es un pulpo con brazos de pirañas y medusas.
Estaría genial volver a odiar mi piel por quemarse como cada verano y a esa colchoneta, que siempre se pincha y nunca me deja tumbar. Quiero intentar construir mi castillo de espalda roja y muralla de conchas, una y otra vez, y encontrar arena en mis calzoncillos al amanecer empalmado. Quiero de nuevo prometerme que volveré en invierno aunque sepa que no lo cumpliré y volver a quejarme de todo cuando me alejo.
Tengo mono de pasear por hacerlo, y de charlas absurdas a altas horas de la noche sentados en la ventana, de contar las horas para que se despierten y mirar tras los cristales cuando no puedo dormir sin sentirme culpable por no hacerlo. Necesito desprenderme del reloj y ponerme las gafas de sol para mirar lo que me parezca sin ser visto tras mis ojos.
Quiero volver a quedarme ronco por comer helado de leche merengada y maldecir por hacerme cortes en los pies cuando me resbalo al intentar caminar junto a las rocas.
No se muy bien por qué, pero mi cerebro lleva semanas gritando que necesitamos playa y hoy más que ayer me falta sal.
Increíblemente adecuada, literal y bonita:
martes, diciembre 29, 2009
Cancellato
Hace una semana salía yo de casa corriendo, como siempre que tengo que coger un tren, me esperaban unas 10 horas de viaje para volver a casa antes de Navidad vía Turín-Milán-Bergamo-Madrid-Salamanca. Como la cosa era para rato, compré una revista de cine en la estación que resultó ser una mierda bastante cara. La primera parte del viaje fue normalita; la máquina de sacar el billete que se queda las monedas del cambio, el tren que se retrasa una hora y media...lo normal en estos casos. Cuando conseguí llegar a Bergamo, sobre mi nariz se posó un pequeño copo de nieve que me hizo mirar primero al cielo, y después el reloj. Faltaban 10 minutos para el cierre de las puertas de embarque, así que mi mente inocente no enlazó estos dos acontecimientos y seguí avanzando con mi maleta rota hacia la terminal. Cuando llegó el momento de embarcar, me emocionó el hecho que mis huellas se quedasen marcadas por la pista, y mi mente imaginó lo diferente que sería despegar bajo la nieve...3 horas y media después seguíamos en el avión, bajo la nieve (más o menos medio metro) y con las ruedas aún en el aeropuerto. Después, fue todo confusión; nos hicieron bajar para "estar más cómodos" hasta que limpiasen la pista de despegue, más tarde nos hicieron recuperar las maletas "por si necesitábamos algo de dentro en lo que esperábamos" y finalmente, tras suspender el vuelo a la espera de mejoría del tiempo, sin avisar, en las pantallas apareció "cancelado" al igual que ya pasaba con los otros 34 vuelos. 34 vuelos navideños esperando llegar a casa, que deberían estar prácticamente llenos, y que acercan el número a las 5000 personas de mi alrededor encerradas bajo el mismo y minúsculo techo.
De esas más de 24 horas atrapado recuerdo un momento clave: Yo, parado cerca de la puerta de entrada del aeropuerto intentando que los ojos llorosos de Nerea no abriesen compuertas, una chica en frente llorando por teléfono, una señora mirando por la ventana como la nieve lo tapaba todo, en silencio con sus hijos pequeños, un señor gritando y golpeando la ventanilla de Ryanair, los españoles de mi avión desmantelando el árbol de Navidad para enchufar los móviles y un policía sudado corriendo hacia los baños.
Después sólo sueño y desinformación que se transformaban en frío a medida que pasaban las horas. Cuándo decidí volver a casa, la gente que dejé atrás se peleaba por un bocadillo en el único bar del aeropuerto abierto, por el último dinero que daba el cajero y hasta por un sitio en mi autobús, mientras el ejercito empezaba a quitar nieve con palas y nos hacía circular a fila de 1 para que consiguiésemos andar fluido. Tan sólo habían pasado unas horas desde que empezó todo, pero es increíble cómo una situación así transforma a las personas, cómo las hace racionar...creo que Saramago se queda corto en sus ensayos.
Cuando llegué a casa, a mi casa de Turín, reconozco que estaba un poco deprimido. La idea de pasar las navidades lejos de mi familia no me resultaba nada llamativa. Sin embargo, he de reconocer que una Navidad diferente no sólo es interesante, si no, a veces, necesaria. Pasarla en Turín, preciosamente empolvada como un panettone bajo el azúcar, con amigos que te acogen en su cena familiar, otros capaces de mantenerse despiertos al teléfono desde España y Turín en los momentos malos, y otros, que imaginan cualquier alternativa para hacerte regresar a casa, es una experiencia increíble, una más de este Erasmus, y que te hace apreciar cosas de las que de otro modo no te habrías percatado.
Ahora ya estoy a 2 horitas de casa, y como la experiencia ayuda, compré una revista bastante menos intelectual pero mucho más interesante que ya me he leído, así que aprovecho que renfe se moderniza cuando pagas un poco más caro el billete, y por sólo 19€, llegando en el mismo tiempo, mi ordenador con su pequeño corazoncillo requemado funciona a través del enchufe que tengo al lado del culo...Pedirles Internet ya sería demasiado, así que sí, mientras escribo esto, reconozco que tengo ganas de llegar a casa, pero también tengo ganas de volver, de regresar para no enfrentarme a un mes que puede ser increíblemente satisfactorio, o peligrosamente desilusionante. En cualquier caso estoy decidido...intentaré llegar a través de las baldosas amarillas.
Canción que sonó en el aeropuerto unas 3 veces...muy adecuada.
viernes, diciembre 18, 2009
Oltre a 92 giorni...
Nunca he sido una persona demasiado inteligente, y me da rabia, porque sé que una persona suficientemente inteligente sería capaz de predecir el futuro inmediato tras la toma de una decisión.
Desde que nacemos, tenemos a nuestra disposición la capacidad de decidir, de tomar un camino u otro para labrarnos un destino. De nada sirve preguntarse que habría pasado si en vez de tomar una decisión hubiésemos tomado la contraria, o simplemente otra, porque cada camino, generalmente, es irreversible. Así, comenzamos nuestra vida sabiendo muy poco, o más bien nada, de todo, y nuestras decisiones llevan nuestra vida a una continua especialización hacia la imbecilidad. Con el paso de los años sabemos cada vez más de menos, hasta que al final, no sin un poco de suerte, conseguimos saber todo de nada. Y eso, es lo que nos hace imbéciles.
Desde que decidí estudiar una ingeniería, mi nivel de imbecilidad creció exponencialmente y, arrepentido o no, aquí estoy después de todo este tiempo, a continuar pasando por periodos de una vida que van dejando recuerdos de pasado, incapaces, tras su reconstrucción, de predecir un futuro suficientemente nítido.
Los últimos 92 días, aproximadamente el 25% de un año y el 1% de mi vida me han dejado ya una pequeña cicatriz, que marca mi forma de pensar, me cambia como persona y que me hace tomar un camino diferente en definitiva, y aunque estoy convencido que muchos de los recuerdos y sensaciones que llevaré a casa son efímeros, sé que sin esforzarme demasiado formaréis parte de mi futuro de alguna forma.
Aunque no lo vea con claridad, soy consciente que el futuro está ahí delante.
Il bene più segreto sfugge all'uomo che non guarda avanti, mai.
Ritorno subito...
domingo, diciembre 06, 2009
Stoccolma
Muchas veces las cosas se te escapan de las manos a tal velocidad, que tu capacidad de reacción parece funcionar impulsada por la energía que genera un molinillo de papel. Un hecho desencadena otro, y este a su vez produce otro que empuja al siguiente, y al final, sólo basta un pequeño impulso para que las cosas escapen a tu control. Es en esas situaciones cuando te sientes tan patético, que sólo desearías poder transformar tus miopes ojos en dos bolas opacas para no ver cómo el universo entero se detiene a observar el modo en el que reaccionas.
Últimamente, sin darme apenas cuenta, sucede que me sorprendo siendo toqueteado por un policía de incógnito, que me soba rodeado de agentes con pinganillo y un perro excesivamente cariñoso que olisquea mi entrepierna, a la vez que dejo que quien va conmigo me acuse de contrabando mientras entablo conversaciones algo interesantes con amigos secretos, que no se dejan conocer, quien sabe si para mantenerme despierto hasta el amanecer, donde con la salida del sol soy golpeado e insultado por un italiano enloquecido mientras me encontraba calmando a cuatro fierecillas, para terminar en una comisaría, hecho que no tiene nada que ver con lo de ser pillado sacando fotos al material privado de la agencia espacial europea o con lo de robar panecillos en la mensa para prepararme bocadillos que llevar al gimnasio, que al final terminarán por el suelo cuando resbalo desnudo al salir de las duchas. Situaciones diarias que desearía haber podido parar en el momento justo y que, sin embargo, ahora desembocaron en hacer de mi un tipo de lo más subreal. Y es que, si te paras a pensarlo un poco, existe ese punto de no retorno, en el que, no se muy bien cómo ni por qué, me condeno a jugar siempre. Así que si señor, soy raro...y eso es lo más bonito que me han dicho en algún tiempo.
Por eso, tal vez, no me ha sorprendido tanto la visita de Victor, Magoo y Gonzalo, porque, en la vida de un tipo raro, no es extraño encontrarse con gente a la que quieres tanto en Milán, para coger un vuelo a Estocolmo donde tomar unas cañas con un amigo francés y al día siguiente, regresar a Turín para llevarles a Génova.
Gracias por compartir Estocolmo conmigo y hacer de dos semanas una normalidad extraña que recordaré siempre.
sábado, noviembre 28, 2009
Brusselle-Gand-Bruges-Amsterdam
Viajar solo es una sensación un tanto extraña, por momentos te sientes un tio raro con algún problema auto-social, y en otros puedes sentirte un poco como Alexander Supertramp con sólo imaginar que el avión de Ryanair es una autocarabana de hippies irlandeses...no voy a ir de héroe romántico, porque mi realidad es mucho más sencilla cuando al otro lado hay alguien que te espera, te abre su casa y está dispuesto a perder su tiempo contigo, pero creo que es una sensación que me gustaría probar más de largo algún día, sobre todo cuando consiga convencerme a mi mismo que puedo ser un buen compañero de viaje y no sentirme solo, si no acompañado de mi mismo.
Bruselas me ha sorprendido, y es que, estoy seguro, que si te enseñan una ciudad con un poco de profundidad siempre encuentras el encanto capaz de fascinarte. Gante me pareció una ciudad más olvidada, con menos vida, pero que merece la pena visitar aunque sea rápido. Brujas es tal y cómo te la describen, un decorado de cuento que parece irreal, y Amsterdam, Amsterdam es un lugar imaginario que no debería funcionar y sin embargo lo hace, e increíblemente bien...un sitio avanzado en el que quedarse a vivir una buena temporada.
El viaje, en cierta medida, me ha devuelto a casa, pero a la casa de una época pasada, y me ha creado otros muchos recuerdos que no olvidaré. Por eso, una vez más, voy a seguir el consejo de Mateo y apuntar las cosas, las verdaderamente importantes, en una lista mental para no olvidar, y a esa lista, que puedes leer en el primer comentario de esta entrada, le pongo la música de una ItaloFrancesa que escuché nada más bajar del avión.