¿Sabes esa sensación que viene, cuando sientes que estás viendo un lugar que pensabas no existía?, en mi caso es un lugar que había olvidado, a pesar de tenerlo siempre en la pared de mi habitación, y a decir verdad no es exactamente el mismo, pero no cabe duda que hay algo que te hace recordarlo.
Cuando la imaginación se funde con la realidad te das cuenta que hay algo de verdad en los sueños.
Mi semana santa ha transcurrido entre ver cómo desfilan hacia los puertos grises del interior de la ciudad los elfos del otro lado del río, completar dibujos proféticos con la cámara de fotos y evadirme de la realidad con la dureza de una historia plasmada en un libro.
La catedral del mar es, sin duda, uno de los mejores libros, si no el mejor, que he leído últimamente, y aunque, seguro hay quién piensa que sus personajes pueden no estar del todo definidos, o que tal vez, la historia avanza tantas veces, demasiado deprisa, la realidad, que se mezcla con la ficción en la novela, es de esas que te enganchan desde las primeras páginas y que te convierten, un poco más, en un devorador de la historia acontecida.
Los elfos, en realidad no son elfos, aunque me guste pensarlo así. Esos cofrades silenciosos también hacen volar la imaginación de cualquier niño, que desde el otro lado de la calle, mira por primera vez el desfile de capuchas blancas. El marco, para mi, es incomparable, y como siempre en la mejor compañía me doy cuenta que tras esa capucha se esconde a medias el rostro ilusionado de ese pequeñajo con carraca que espera todo el año para disfrazarse, sin sabe de que, sin saber por qué, y que espero, no pierda esa inocencia, porque quién está detrás de todo esto no merece tanta ilusión perdida…En fin, que nada estaría completo sin respirar el humo de ese pozo, que entre nube y nube hacía resplandecer el arco iris de las risas y el recuerdo de un día para no olvidar.
"El por qué del nombre del pozo"
"La verdadera catedral del mar"
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