miércoles, enero 12, 2011

Siamo contagiosi


El contagio emocional es un hecho científicamente probado.
Quizá no podamos verlo a simple vista, pero las emociones saltan de una mente a otras, como mini canguros, en una especie de baile invisible, irradiado mucho más eficazmente que las ideas.

Últimamente le sucede a un chico, que bosteza demasiado y, aunque demasiado no creo que signifique suficiente, está convencido que tampoco es sueño. Quizás, lo único que vigila por el retrovisor es cómo se despereza etérnamente y, al visualizarlo, se autocontagia. O puede que se sorprenda inventando excusas para la rojez de sus ojos y su cuerpo expulse, con bostezos, la culpabilidad de las heridas suficientemente abiertas. Demasiado tarde.

Y confía en que controla su cuerpo, sin darse por vencido demasiado pronto. Demasiado fácil. Aún así hay mil cosas que escapan a su control; su temperatura corporal fluctua, su vello se eriza y su corazón palpita a un ritmo caprichoso y, aunque esté convencido que no necesita del aire para respirar ni del amor para vivir, sus costillas danzan y al final se resigna a bostezar y a entender que, a pesar de todo, él también necesita estar triste de vez en cuando. Y dejar de bailar. Y mirar el ruido. Sin prisa.

Sabe que los bostezos se contagian igual de rápido que la tristeza y la fecilidad, pero hay cosas que no se pueden evitar, así que sólo queda seguir fingiendo que se es felíz. Y bostezar. Y contagiar.

Guillemots siempre me contagialet’s not wait.