domingo, octubre 08, 2006

el Hada del sushi



Ayer me invitaron a comer Sushi. Esa cosa oriental que nos lleva la mente a pensar en el pescado crudo y que Inma tantas veces me había recomendado. Ayer además aprendí muchas cosas, y no me refiero sólo el secreto de un buen arroz apelmazado, sino más bien a conseguir la cuadratura del círculo en un cubo de metacrilato, o a no sobrestimar la velocidad de gateo de un bebé de 10 meses.

El sabor del sushi es indescriptible. Es en mayor parte arroz avinagrado, pero no sabe a arroz, tampoco a vinagre, ni siquiera sabe a algas o a pescado porque todos los sabores y todas las texturas se entremezclan como un mejunje sensorial indescriptible con palabras. A mi me ha gustado, y hay que decir que, aunque mi mente rechaza tragar todo aquel bicho que nade, aún llegué a probar uno de salmón y otro de langostinos. Sé que mi hermano Jose se estará llevando las manos a la cabeza para no dejar que le retumbe con el anisakis o cualquier otro parásito almacenado en su recién estrenada mente de técnico en industria alimentaria, pero yo no lo he visto como algo inseguro de consumir.

Para inseguridad, la que te crea una cría de unos pocos meses cuando comienza a aprender a gatear. Quiere coger todo, quiere tirar de todos los cables, llevarse todo a la boca y se hace necesario construir una jaula en tu casa o hacer de tu casa una gran jaula dónde encerrarte también a ti. ¿cómo aprende tan rápido un niño todo?, ¿cómo saca conocimientos de la nada y los convierte en sus pilares para la construcción de todo su pensamiento racional? ¿dónde dejamos esas ganas de reír por todas las cosas, de hacer pedorretas o de quedarte mirando un pez atontado en una pecera sin pensar, ni por un instante, en comértelo rodeado de arroz avinagrado envuelto en algas?

sábado, septiembre 02, 2006

200 gramos

Y yo me pregunto ¿qué pasa con lo que comemos?, o a mi me falla algo o sólo como mierda, no encuentro otra explicación.

Hace un par de días Diana, Laura y yo quedamos para cenar en nuestra playa, ahora un poco mancillada y no sólo por los mirones desnudos del otro lado del río, que los hay, aunque a mi no me alcance la vista para verlos. Cenamos tortilla, preparada por mi mismo con el auspicio ilegal de mi madre más criticona, empanadas ni gallegas ni caseras, sólo empanadas sin relleno que no vamos a decir quién fue la que las compró en el último momento y de postre luna esponjosa. Todo rodeado de velas con olor a fus-fus que conseguían espantar los mosquitos, cuyas picaduras parece que no hacían efecto en el manubrio del mirón que se tocaba mirándonos cenar.

Llevo unos cuantos días de recuerdos pasados que regresan imparables a cada paso que doy en la vida. Supongo que es porque recorro de la mano lugares que consiguen evadir mi memoria por tiempos y momentos en los que, casi me atrevo a asegurar, fui feliz, como casi todo niño con infancia, y me siento nostálgico.
La playa, el colegio, la casa de mi abuela, las charlas con Diana, Laura que a veces regresa como la Lauri que conozco, montar en bici, perder el tiempo con cosas estúpidas como la que abría este post.

Dato comprobado: Lo que como lo cago. Y es que ayer pesé lo que comí (aproximadamente 200 gramos a mediodía) y también me pesé antes y después de cagar,(cosas de tener una báscula tentativa en el baño por la operación bikini aún vigente en mi madre) y resulta que cagué lo que comí. Y yo me pregunto. ¿Una persona puede alimentarse sólo de sueños?

miércoles, agosto 16, 2006

París, un recuerdo inolvidable



Francia es azul, y sus casas son picudas...esta es la primera impresión que tuve al despertar en el tren. París es grande, es enorme, extraña y maravillosa. Es acogedora, bueno Cara, Greg y su casa lo son y supongo que por eso llevo esa impresión de París. Huele a Croissant y a pan caliente al despertar y por la noche a cus-cus y gofre. Sabe a mundo, a más mundo del que estoy acostumbrado a saborear y se siente bien. Es una ciudad para quedarse, bien podría ser para siempre, pero mi culito es de mal asiento. Además no se Francés, tan sólo sé decir Oh la la, aunque la verdad, eso es lo único que necesitas para visitarla, porque te verás obligado a decirlo a cada esquina.

París suena a música callejera pero resuena a historia y reluce por el arte, París es bohemia, pintora y pintoresca. Una ciudad educada, en muchas culturas diferentes, siempre complaciente y soñadora. Siempre iluminada en mi recuerdo como una gran geoda brillante, a la que algún día, volveré a visitar.


París es sus calles, su gente, la compañía con que viajes y residas por doce maravillosos días. París es el Moulin rouge y los Sex shows, es Montmartre y Montparnasse, la torre Eifel, es el Sena y sus paseos nocturnos, la música de los barcos casi mágicos de enamorados, el barrio latino y sus helados, sus restaurantes y librerías, es estar tumbado en los campos de Marte bajo la luz de la torre bebiendo vino de cartón mientras miles de cascabeles corren entre la gente perseguidos por pájaros de plástico de mil colores, Francia es la Bastilla y París es un sueño eterno aún inalcanzado. París es el alma de Marie Curie, de Víctor Hugo, Oscar Wilde, Simon La Place, Jules Berry, Jim Morrison, Madame Guillotine y tantos y tantos grandes hombres y mujeres, es el Louvre, el Sacre Coeur, el arco del triunfo, los campos Eliseos o Notre Dame, sus gárgolas y el fuego a sus pies...Es el Pont Alexandre III, la ópera y la música, es también tango y cigarrillos, es el cine, la ciudad de la luz, el metro automático y los semáforos que hablan cosas raras. París es y será para mi, un verano inolvidable.