Hace poco leí o escuché en algún sitio, que cuando tenemos que tomar una decisión, sobre todo una decisión importante, de esas que te cambian la vida, el cerebro decide en un lapso de tiempo que varía entre los 2 y 3 segundos como máximo. El resto de los minutos, horas o los días que pasamos pensando la decisión correcta a tomar, son solamente tentativos, más o menos malos, para justificar la decisión que hemos tomado ya.
Al principio no me pareció verdad, pero después de pensarlo uno, dos o incluso tres segundos, me di cuenta de que si lo era. Y es que es el cerebro, esa especie de masa pensante que llevamos dentro, quien controla sin darnos cuenta cada decisión, cada instante, cada necesidad. Nos dice lo que deseamos aunque no queramos oírlo y nos insiste hasta hacer que no escuchemos otra cosa al cerrar los ojos.
Últimamente me pasa que me evado antes de soñar, y me pongo a pensar en todas las cosas que quiero, dónde me gustaría estar y que desearía hacer, y no soy yo quien decide, que en realidad necesito sentir el sol en la cara y la piel tirante por la sal, que necesito que ese niño que corre tras la pelota me llene la toalla de arena y mirar envidiando esa pareja acaramelada de la toalla de al lado. Necesito que el agua venga y se lleve la arena bajo mis pies mientras yo como fruta fresca, o leo aprovechando los últimos rayos de sol de la tarde que se sienten tan naranjas y consiguen hacerme quedar un rato más. Quiero despertarme temprano sin tener que pensar en otra cosa que comprar el pan para hacer unos bocatas, y acostarme tarde, esperando ver desde una terraza como suenan las olas contra las rocas.
Quiero que cada concha que encuentren los dedos de mis pies sea increíblemente bonita, a pesar de ser de mejillón, y creer que cada cosa que me roza bajo el agua es un pulpo con brazos de pirañas y medusas.
Estaría genial volver a odiar mi piel por quemarse como cada verano y a esa colchoneta, que siempre se pincha y nunca me deja tumbar. Quiero intentar construir mi castillo de espalda roja y muralla de conchas, una y otra vez, y encontrar arena en mis calzoncillos al amanecer empalmado. Quiero de nuevo prometerme que volveré en invierno aunque sepa que no lo cumpliré y volver a quejarme de todo cuando me alejo.
Tengo mono de pasear por hacerlo, y de charlas absurdas a altas horas de la noche sentados en la ventana, de contar las horas para que se despierten y mirar tras los cristales cuando no puedo dormir sin sentirme culpable por no hacerlo. Necesito desprenderme del reloj y ponerme las gafas de sol para mirar lo que me parezca sin ser visto tras mis ojos.
Quiero volver a quedarme ronco por comer helado de leche merengada y maldecir por hacerme cortes en los pies cuando me resbalo al intentar caminar junto a las rocas.
No se muy bien por qué, pero mi cerebro lleva semanas gritando que necesitamos playa y hoy más que ayer me falta sal.
Increíblemente adecuada, literal y bonita:
sábado, enero 16, 2010
Gennaio in spiaggia
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